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domingo, 7 de enero de 2024

LAS VOCES DEL CUERPO


 El cuerpo y la mente no distingue entre una amenaza real y una imaginaria. El cortisol se activa en los momentos que tenemos miedo, cuando entra en juego el modo supervivencia, aunque muchas veces no tiene que ser algo real la causa para la activación. Basta con imaginar que una amenaza puede aparecer, ya que la mente y el cuerpo no distingue lo real de lo imaginario.

Vivimos muchas veces intoxicados de cortisol por estos pensamientos negativos y preocupaciones que activan nuestros estados de alerta, y esa intoxicación de cortisol tiene un impacto directo en nuestra salud física y psicológica, modificando así nuestro cuerpo y produciendo cambios en el organismo tanto a nivel molecular, como celular y genético.

Vivir estresado e intoxicado de cortisol produce inflamación. El cortisol es un glucocorticoide, y aunque los glucocorticoides son antiinflamatorios cuando se mantiene constantemente el modo de alerta, ese mecanismo inmunológico y fisiológico se modifica, reduciendo la sensibilidad de las células inmunitarias y comienza la inflamación. Es decir, el sistema defensivo se desactiva, se frena la capacidad de la regulación inflamatoria y es incapaz de luchar contra una amenaza real. De hecho en situaciones de amenaza, miedo y tensión se activan ciertas sustancias como las prostaglandinas, la citoquinas, los leucotrienos que pueden resultar profundamente dañinas para los tejidos. Esta es la causa por la cual en esos momentos somos más propensos a contraer infecciones.

Esta inflamación también está relacionada con lo que comemos, ya que la alimentación posee un rol fundamental en la salud. Ciertas dietas influyen positivamente y negativamente en el pronóstico de algunas enfermedades, en la actualidad nuestro organismo ingiere un 30% más de alimentos que fomentan la inflamación que hace unos años.

Muchas de las depresiones de hoy en día, sobre todo aquellas que no responden bien a los tratamientos antidepresivos pueden ser debidas a estados inflamatorios de la mente. Con una dieta antiinflamatoria y con la suplementación adecuada muchos paciente mejoran sus síntomas psicológicos.

Lo mismo sucede con pacientes con problemas digestivos, con problemas neurológicos como pueden ser las migrañas, con problemas osteoarticulares, en los cuales se ha demostrado que un cambio de dieta ha resultado ser una vía de salvación para sus dolencias.

Está comprobado que las personas con inflamación crónica poseen niveles por debajo de lo recomendables de algunas vitaminas, como la D, E y C. Los niveles bajos de vitamina D están asociados a múltiples patologías como las enfermedades autoinmunes. Por otro lado, la inflamación persistente altera la barrera intestinal promoviendo una mayor permeabilidad a ciertas sustancias y perjudicando al sistema inmune pudiendo acabar en molestias y reacciones negativas tras ingerir algunos alimentos.

La alimentación influye significativamente en el eje intestino - cerebro y la microbiota. El tubo digestivo que abarca desde el esófago hasta el ano, mide 11 metros desde la boca hasta el ano y está tapizado por más de 100.000.000 de células nerviosas, esto equivale a todo lo existente en el sistema nervioso central. La comida desde que entra por la boca hasta que sale por el ano dura aproximadamente 62 horas en la mujer y unas 55 horas en el hombre.

Cuando la comida llega al estómago se eliminan los microbios existentes en los alimentos gracias al ácido clorhídrico, después ese bolo alimenticio llega al intestino delgado que cuenta con unas vellosidades que aumentan la absorción y donde hay una barrera muy importante que protege al organismo de los tóxicos del bolo e impide que pasen a la sangre.

En los estados de estrés mantenidos, esa barrera empieza a fallar y comienzan los síndromes de permeabilidad intestinal y de disbiosis y a consecuencia de ello empiezan las enfermedades inflamatorias y las autoinmunes.

El colon es la sede más importante del eje intestino - cerebro ya que ahí se encuentra la microbiota, que está compuesta de virus, bacterias, arqueas y protozoos que facilitan la digestión enzimática y sintetizan entre otros, las vitaminas del grupo B y los ácidos grasos de cadena corta que son muy importantes para la producción de serotonina.

Esta microbiota modula el sistema inmune, la inflamación, protege contra las bacterias y reequilibra el ecosistema microbiológico. El estrés y el cortisol pueden desequilibrarla, al igual que los antibióticos, una mala alimentación, la contaminación y el sedentarismo.

Por todo esto tenemos que ser conscientes de nuestro estado de salud, si nos sentimos inflamados y de cómo se encuentra nuestro estado emocional. 

¿Hay alguna enfermedad que ya se haya instaurado en tu vida? ¿Hay algo que puedas hacer para mejorar tus hábitos? Porque todo ello está profundamente unido y cuando cuides tus hábitos de vida empezarás a sentirte mejor a nivel físico y psicológico.

No debemos ignorar los mensajes que el cuerpo nos manda antes de enfermar en forma de molestias, debilidades o dolencias. Esos indicadores son fundamentales para poder evitar la enfermedad o el empeoramiento de los síntomas. 

Quizás es el momento de parar, conectar y escuchar a tu cuerpo, cambiar tus hábitos de vida y acudir a un profesional que te ayude.


Ana Cordobés.

Dietista, nutricionista, entrenadora personal y coach emocional.





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